"SI NO MEO YO, NO MEA NADIE"

( ... y no es una amenaza... )

Estaba yo haciendo la fila frente a un baño químico para devolver mis líquidos percolados, producto de la incesante -aunque recreativa- ingesta de alcohol en plena noche de año nuevo, cuando la buena onda de las festividades se transformó en una muy agresiva experiencia.

Como las casetas (dispuestas por la municipalidad de Valparaíso para que desaguaran los miles de loquillos asistentes a una fiesta en la plaza de la ciudadanía) eran escasas, funcionaban con el bonito y práctico sistema “unisex”. O sea, todos mean donde mismo.

De ese modo, hice la “cola” junto a mi graciosa novia y permití que ella hiciese uso del reducto antes que yo. Pero en el momento en que yo esperaba fuera, fue cuando se desencadenaron los hechos.

Una joven, que no sobrepasaría los 23 años de edad llegó desesperada a mi lado con los ojos inyectados en pipí y la única misión de conseguir que yo, a cualquier precio, cediera mi puesto ante sus horripilantes ganas de orinar. “Déjame pasar, por favor, déjame pasar, te lo suplico” –me decía. “Te doy lo que quieras. Un cigarro, una chela, cualquier cosa”.

¿Un cigarro? No, no fumo. ¿Una cerveza (chela)? Eso sí. Sobre todo con lo que cuesta conseguir alcohol en medio de esa congestionada noche. Así que acepté, ella tomó una bolsa, sacó una lata y me la pasó. En ese instante volvía mi novia desde el maravilloso mundo del baño químico, al tiempo que la muchacha de la cerveza entraba. Y mientras, comenzaba yo a protagonizar una cruenta sarta de descalificaciones y cuestionamientos.

Un grupo de tres o cuatro chicas que esperaban en la fila detrás de mí reclamaban con fuerza que si yo había “vendido” mi lugar, no correspondía que entrara a orinar en ese baño, después de la muchacha que me lo había “comprado”. Y quizás pudieron tener cierto grado de razón. Sin embargo, decidí enfrentarlas y no ceder mi puesto cuando descubrí que detrás de sus reclamos no había más que envidia malsana. Y lo sé porque una de ellas, la más chillona, insistía en que la cerveza debía ser para todos y no sólo para mí.

¿Compartir la cerveza que con el sudor de mis ganas de orinar había obtenido? Jamás. Y ellas reclamaron y reclamaron, hasta que se abrió la puerta de la caseta, salió la muchacha agradecida y yo me apresté a entrar. Todo bien, salvo porque la más chillona intentó hacer lo mismo, fundiéndonos los dos en un pequeño pero brioso pugilato, del cual salí vencedor, no sin antes lanzarle en el rostro una frase que marcaría para mí el comienzo de este 2008.

- “SI NO MEO YO, NO MEA NADIE”.

Tomé la puerta, la cerré con decisión, saqué mi pines de la bragueta y oriné como un triunfador. Al terminar salí con la frente en alto, sabiendo que habría un antes y después del: “Si no meo yo, no mea nadie”.

Y sé que la frase fue claramente fascista, apelando a la obstaculización de un derecho humano básico e inalienable, como es el normal orinamiento cuando el organismo así lo requiere. Pero, caray, había que tomar el toro por las astas.

En el fondo, lo que yo quería decir es que si nos trenzábamos en una disputa frente al baño químico, nuestros deseos de desaguar se acrecentarían en torno a un debate estéril, ya que sabía perfectamente que nadie más entraría a la caseta en mi lugar.

Y siento que hice lo correcto. Y siento, incluso, que esas muchachas aprendieron una lección y que lo vivido les habrá hecho madurar y entender que hay momentos en los que un hombre debe tomar decisiones drásticas y ponerse los pantalones frente a la adversidad.

“Si no meo yo, no mea nadie”, no es sólo una frase pronunciada en una noche de jolgorio. Es un himno a la toma de decisiones, una oda al carácter para enfrentar la vida con la frente en alto y con el convencimiento de que se actúa por principios.

“Si no meo yo, no mea nadie”. Y así no más fue como comencé el 2008 con una frase potentísima, bebiendo una cerveza que me gané honestamente y orinando en el baño químico más hediondo de Valparaíso cuando me correspondía.

Estoy contento. Creo que partí bien.