SE VA A ACORDAR DE MÍ ... (o la historia de una pesadilla hecha realidad)

A veces no le tomamos el peso a lo que decimos. O a lo que escuchamos. Y vea usted que la cosa puede ser grave.

Hace unos días caminaba con Adriana, mi novia, por Patronato y ella decidió comprar unas calzas abombachadas. Un muy curioso adminículo que, según vi, tiene gran salida entre las mujeres. Había negras, blancas, verde petróleo y café. Casi todas a 3 mil 990, aunque una chica ofrecía un par en 5 lucas. Pero, en fin. Anyway.

La cosa es que finalmente encontramos unas grises, ofrecidas por un señor regordete de frondoso mostacho blanco, que se negó a hacernos una “atencioncita”, pero que cuando se las pasaba a Adriana, nos miró con una enorme sonrisa y dijo: “le van a quedar preciosas… se van a acordar de mí”.

Nos fuimos alegres, despreocupados, ignorantes de la pesadilla que recién comenzaba.

“Se van a acordar de mí”, había dicho ese hombre. Tal como uno mismo debe haberlo dicho más de una vez recomendando un buen disco, o pasando el dato de un buen restorán o una buena película. Qué se yo. Más de una vez debemos haber dicho o escuchado la famosa frasecita: “te vai a acordar de mí”.

Y así lo dijo. El señor regordete de frondoso mostacho blanco se mandó de repente, como si nada, un “se van a acordar de mí”… Pero nunca creí que fuera cierto.

Llegué a mi casa y su cara se me aparecía por todas partes. Abrí el refrigerador y ahí estaba. En el comedor, ahí estaba. En mi closet, detrás de las chaquetas, ahí estaba. En el espejo del botiquín, detrás de mí, ahí estaba.

Es una maldición. Desde que me adelantó que me iba a acordar de él, no lo he podido olvidar. Despierto y me acuerdo. Me ducho y me acuerdo. Almuerzo y me acuerdo. Ando en bicicleta y me acuerdo. No ando en bicicleta y me acuerdo.

Lo único que agradezco es que es la primera vez que me pasa, porque ¿qué ocurriría si de verdad nos acordáramos de cada una de las personas que nos dice “se va a acordar de mí”? No disfrutaríamos la película, ya que nos acordaríamos todo el rato del que la recomendó. Ni la comida, ni el disco. Ni lo que acabamos de comprar. Estaríamos como enfermos recordando todo el tiempo al que nos lo recomendó o vendió.

Con este caballero me está pasando y es atroz. O sea, si alguien me vuelve a decir que me voy a acordar de él por comprarle algo, pues mis polainas. Prefiero no comprarle nada, aunque lo tenga a muy buen precio.

Es que es muy fuerte. Y aprovecho de hacer un llamado a los comerciantes y amigos para que eviten la amenaza del “se acordará de mí”. No se lo doy a nadie.

Y si a usted, estimado lector, nunca le ha pasado. Espere, no más. Se acordará de mí.

Y gracias por venir.