DE VUELTA AL COLEGIO

He visto últimamente cómo se ha masificado entre los escolares una moda de grabarse mientras hombres y mujeres bailan simulando movimientos orgásmicos y se toquetean entre sí de manera vivaz.

Y cuando pienso en lo difícil que era en los tiempos de uno cruzar la barrera del “hola” o conseguir un beso en la mejilla con alguna representante del maravilloso sexo opuesto, no puedo si no reflexionar sobre lo simpático que hubiese sido haber vivido la escolaridad en una época como la de estos días.

Y es así que he llegado a formularme una pregunta crucial: ¿podrá haber algo peor que no poder retroceder el tiempo para disfrutar de nuestra tierna época escolar, pero con las actuales inhibiciones y jugueteos sexuales?

¡Pues sí!: volver a nuestra tierna época escolar, con las actuales inhibiciones y jugueteos sexuales… pero en un COLEGIO DE HOMBRES. ¡Qué horror! (Obviamente hablo desde la vereda de la heterosexualidad. Vaya la aclaración para mi fiel público gay)

Porque, claro. Viendo en las noticias a estas chiquillas que hoy por hoy se andan mostrando piluchillas por doquier, me dije: “¿por qué a uno no le tocó ese ‘entusiasmo’ juvenil a sus 13 o 15 años?”.

Y ¿saben por qué? Pues porque Dios es muy sabio. Y como yo estudié en un colegio de hombres, Él -en su infinita misericordia y amor- supo no hacerme sufrir y esperó el momento oportuno para desatar la euforia-femenina-adolescente una vez que yo estuviese lo bastante alejado de las pecaminosas fantasías con jumper.

Y le agradezco. Porque miro hacia atrás y creo que me hubiese vuelto loco. Es que tanta feromona circulando por el aire. Tanta niña con tendencia a la “liviandad de cascos”. Y uno en colegio de hombres.

Pobres niños de estos vertiginosos dosmiles, si les tocó estudiar en colegio de hombres. Porque las alternativas son pocas: o se están “punteando” con los compañeritos o simplemente las jornadas de onanismo en la comodidad del hogar han de ser largas y extenuantes.

Es que mientras más recuerdo ese ansioso transcurrir que me tocó vivir en las aulas de un colegio de chicos, más empatizo con los pobres niños de hoy que, sumidos en un bombardeo de estímulos, no deben saber cómo liberar su pletórico y exultante deseo juvenil (siempre es bueno aplicar prosa delicada cuando el relato se acerca peligrosamente a la descripción de una vulgar “corrida de paja”)

Uno se volvía mono de sólo toparse con las profesoras de básica -usualmente jovencitas recién salidas del cascarón universitario- o de sólo divisar a alguna primorosa chiquilla que pasaba por la calle. Ahí volaban los aplausos, vítores y frases provocativas. Pero eso era todo.

Hoy día viven inmersos en una andanada de estímulos. Los estudiantes de hoy son largas espigas de pasto muy seco viendo cómo las chispas de alguna hoguera no alcanzan a caerles encima. Y todo lo que quisieran es arder.

Ah, caray. Fui uno de ustedes, pequeños bribones. Y en buena hora no se les ocurrió a las niñitas de mi época andar “perreando”, grabándose en las plazas teniendo sexo oral o haciendo topless en las fiestas de aniversario del colegio. Porque metido en un colegio de hombres, por dios que hubiese sido difícil la existencia.

Y usted, respetadísimo lector ... ¿volvería al colegio?