In Mi Estile... Una historia de remeras y semen

“In mi estile”. Así pronunció la dependienta de una típica tienda mendocina, la frase del estampado de una “remera” amarilla que mi novia había visto en la “vidriera”.

Y me impactó. Porque yo sabía eso de que los argentinos dicen “colgate”, en vez de “colgueit” u “orange cruch”, en vez de “oranch crach”. Pero vivirlo en vivo fue muy simpático. Más encima, considerando que para mí y mi inglés deplorable, había sido un logro pedir la prenda con un correcto: “queremos ver esa polera que dice ’in may stail’ (léase como la pronunciación perfecta de “In My Style”), no dejó de sorprenderme el horripilante rostro de intriga de la chica.

No sé qué cosa habrá pasado por su cabeza, pero, ¡caramba!, debe haber sido feo, porque su mueca era espantosa. Y como no entendió ni un carajo, la acompañamos hasta la vitrina, que ellos tan graciosamente llaman “vidriera”, y se la indicamos con la mano.

La chica se tranquilizó al ver que sólo le hablaba de una polera. Y llamó a otra dependienta, a quien le dijo: “Lucía, sacá esa remera que dice “in mi estile”. Sí, como lo lee. In… mi… estile… Y yo, el muy zopenco, tratando de pronunciar bien.

Pero en mi reciente viaje a Mendoza no fue eso lo único que despertó mi curiosidad. Al volver por el paso Los Libertadores, mi querido SAG (Servicio Agrícola y Ganadero) me hizo llenar un formulario en el que se debe declarar cualquier elemento orgánico de origen animal o vegetal que porte uno en el equipaje.

Y todo bien, hasta que llegué a un ítem en el que debía declarar el porte de “semen”. Porque, claro… entenderá usted que porto semen. De origen animal, por lo demás (… es que cuando lo produzco, suelo estar hecho todo un animal). Pero, ¿por qué debería declararlo si es parte de mi intimidad? De hecho me asusté. ¿Qué pasa si no lo declaro y con una maquinita de rayos x me pillan que lo llevo escondido en mis gónadas?

O lo que es peor: los tíos del SAG utilizan perros que olfatean bolsos en busca de frutas, carne y cuanta cosa orgánica trate de pasar uno por la frontera. ¿Qué tal si el famoso perrito también olfatea semen y se manda un mordisquillo justo bajo mi pilín?

Y mi intranquilidad fue aún mayor cuando puse oído en el diálogo entre otro viajero y uno de los funcionarios del SAG.

Viajero: - “En mi mochila llevo un sándwich de jamón, ¿es problema?”

Funcionario: - “Depende. Si se lo va a comer no hay problema. Si lo va a tirar, entonces no puede llevarlo”.

Aplicado a mi semen, ese diálogo resultaba derechamente preocupante. Primero, porque hasta donde sé, el semen es justamente para “tirar”, así que era muy malo que consideraran eso como un problema. Y segundo, porque la solución era comérselo… Y, bueno… No hace falta explicarle que no está en mi ánimo andar comiendo semen. Ni siquiera el mío, la verdad.

Así que, urgido como estaba, corrí al baño y lo boté en el inodoro, porque había que deshacerse de la evidencia antes que me obligasen a comerlo.

Y volví a Santiago con la curiosidad de saber por qué debería uno avisarle al SAG que anda portando semen. ¿Simple morbo?, ¿les resultará estimulante escucharlo? Y si esa es la razón, ¿por qué sólo al hombre? Alguien podría sumar otro ítem para que las niñas declaren sus fluidos… Bien sabemos: ley pareja no es dura.

Gracias por pasar.

(Ah, y antes de despedirme, aprovecho de enviar un caluroso saludo a Manuel Contreras… el bueno, claro. Un buen amigo que tuvo la delicadeza de traerme un rico alfajor desde su último viaje a Rosario… Yo no traje nada desde Mendoza. Estoy en deuda, ¡caray!)