Pequeñas vergüenzas de la vida cotidiana

Piense usted en ese triste error en la fila del banco. Cuando está uno de pie 20 o 30 minutos y al restar 3 puestos para la ventanilla, se da cuenta que era la fila para “titulares”. ¡Y uno no es titular del famoso banco! Entonces, ¿qué hacemos? Terminamos la fila y en la ventanilla preguntamos una pelotudez del tipo: “¿hasta qué hora atienden?” Y todo para no quedar como zopencos. Porque, claro, si ven que uno se sale antes, queda como el pobre idiota que se equivocó de fila.

También está ese error triste cuando creemos que nos han entregado mal un vuelto en el negocio. Ahí está uno reclamando. Que “me faltan 200 pesos”, que “me faltan 200 pesos”. Y nos ponemos serios. Y vamos notando que la gente atrás se impacienta, pero insistimos porque es nuestro dinero.

Y en eso estamos, cuando nos explican bien la operación y nos damos cuenta que el vuelto estaba en orden y que fuimos nosotros los que restamos como el “cornetín”. Lo que da harta vergüenza, porque el error por dios que es infantil.

Pero ya la humillación más absurda es aquella cuando tropezamos. Cuando va uno caminando de lo más tranquilo, hasta que de pronto introduce el zapato en una irregularidad del pavimento, y lo que sigue no es más que una ridícula seguidilla de peculiarísimos saltitos. Algo así como un trotecito… pero de lo más indigno, hay que añadir, para evitar estrellarse contra el suelo.

Siempre he pensado que es mejor caerse. Me parece menos idiota azotarse contra la acera que dar el penoso trotecito ese.

Aunque lo peor son las excusas después del tropiezo. Esas sí que se escuchan humillantes. Porque como uno jura que todo el mundo está pendiente, tras el tropiezo viene la talla: “oooooh, jaja, la hormiga cabezona”. Y puede ser graciosa, pero evidentemente sonsa… Porque en Chile no hay hormigas tan cabezonas, pues.

Sin embargo, ya el colmo de los colmos es el comentario obvio después de un tropiezo. El: “me tropecé”. Y lo peor es que uno lanza esas frases al aire, como para que el que le vio haciendo el trotecito ridículo sepa que fue producto de un tropiezo… Como si a alguien le gustase andar por la vida dando voluntariamente saltitos ridículos.

Si me permite la recomendación, creo que lo que mejor funciona en casos así es enojarse con la vereda. Como para evitar la humillación. Usted se tropieza y mira al suelo murmurando algo así como: “puta la hueá”, con cara de enojado. Por si alguien le ve, digo yo. Para que note que la ha puesto en su lugar y que ninguna vereda se ríe de usted.

Pero en fin… Gracias por pasar. Y cuidado con tropezarse.