Excentricidades de mi madre.

Conocerá usted ese famoso síndrome del Nido Vacío. En casa de mis padres fui el responsable de apurarlo, cuando hace algunos años abandoné el hogar para emprender vuelo a la gran ciudad.

Ha pasado el tiempo y cada vez que regreso, caramba si se me recibe con cariño… Y comida. Sobre todo comida, porque alguna extraña razón hace a los padres demostrarnos todo su amor con comida. Y, ¿le cuento algo? Me adoran (cosa que me recuerda día a día un coqueto “rollito” que se ha desarrollado en base al amor)

No obstante, en mi más reciente viaje a su hogar no fue la comida lo que llamó mi atención, si no los caracoles que recorrían la cara de mi madre. Dos esbeltos caracoles de mediana estatura que animados por ella misma desplazaban sus babosos cuerpos a lo largo del rostro de mi mamá.

Un espectáculo curioso. Porque tengo claro que las propiedades regenerativas de la baba de caracol están certificadas y a estas alturas son la base de una producción de cremas y lociones cada vez más creciente. Pero lo de hacer que, voluntariamente, un caracol se desplazara por sus mejillas, es algo que no dejó de sorprenderme.

Ahora, si usted se ha alertado por la explotación de un par de caracoles inocentes, sepa pues, que mi madre les tiene bajo cariñosos cuidados, por lo que ambos figuran dentro de un cómodo pote de margarina reacondicionado con hojitas de lechuga, con las que se dan un verdadero festín cada vez que no están distribuyendo su baba para fines regenerativos.

No obstante, más allá de esa imagen tan cercana al realismo mágico (le invito a ver a su madre pasando caracoles por su cara y entenderá perfectamente al loquillo de García Márquez), lo que me llenó de dicha fue constatar que el síndrome del Nido Vacío es sobrellevado por mis padres de una manera sana, jovial y refrescante.

Porque, ¿qué más sano que compartir con los caracoles o cualquier creatura de la naturaleza en su estado más puro desplazándose por sobre nuestra piel, para sentirnos acompañados? Me tranquiliza saber que en vez de apesadumbrarse en un abismo de ausencia, mis padres hayan tenido la creatividad de entretenerse paseando caracoles por su rostro. Porque caracoles habrá siempre, así que compañía no habrá de faltarles.

Hasta me atrevería a proponer jugueteos con otros animalillos, como lagartijas, chanchitos de tierra o babosas. Y ojalá todo padre nos sorprendiera con tres o cuatro de estos seres sobre su cabeza cuando les visitamos. Le aseguro que sentiría usted profundo orgullo por quienes le dieron la vida.

En todo caso, agradezco que aún no se hayan encontrado propiedades regenerativas en las fecas de guarén, porque esa escena, debo admitir, me hubiese resultado bastante más chocante que la de los caracoles.

Y si usted tiene una madre propensa a las recetas naturales, ni se le ocurra comentarle que el semen parece ser bueno para el cutis. Pillarla en esa sí que sería un espectáculo perturbador.

Muchas gracias por venir. Siempre es un gusto.