Precaución: abuelitos en el super

Escuché a Pablo Illanes -guionista de “Dónde está Elisa?”- en “Animal Nocturno”. Dijo que para el papel de Raimundo Domínguez se había inspirado en un empresario chileno… del rubro supermercado.

Si yo fuera Nicolás Ibáñez (dueño de Líder), no sé por qué habría sentido que el dardo iba directo a mi frente. Porque para qué vamos a andar con sandeces… Fra-Fra vendió Unimarc y si Horst Paullman hubiese inspirado a Illanes, harto mal escogieron al actor, porque el empresario es mucho más parecido al osito gominola que a Pancho Melo con el seño fruncido.

Mala cosa para el amigo Ibañez… Porque a mí, si inspirase yo un rol televisivo, igual me gustaría que fuera un periodista exitoso. Pero vaya si me achacaría que el personaje fuera un tipo al que le ponen el gorro en sus narices y que más encima, está involucrado en la desaparición forzosa de su hija. Es como… pucha la inspirá mala.

Pero en fin. La cosa es que fui a comprar a uno de los kiosquitos (bueno… boliches) de este señor Ibáñez y por dios que me llama la atención la cantidad de ancianos que compra en el Líder de Seminario con Rancagua. Es que es casi absurdo. ¿Cómo puede haber tanto viejito junto en un supermercado? Y no tengo nada contra la tercera edad (de hecho ya cuento los días para llegar a ella y disfrutar de mis merecidos descuentos… ¡Já!, ya verán los de las boleterías), pero vaya que cuesta desplazarse entre las góndolas y los carritos. Es como toparse con Mister Magoo cada dos pasos.

Para qué hablar de la caja preferencial para la Tercera edad. Ay de usted si la ve media desocupada y se le ocurre colarse en ella. Al principio, uno cree que la está haciendo de oro, pero cuando llega el primer viejito la cosa se pone negra. No sólo porque, con justa razón, el abuelito tiene el derecho de adelantársenos (y el que sigue y el que sigue, si es que todos cumplen con el meritorio requisito de ser viejitos), si no porque de alguna manera estos señores y señoras de edad madura se las arreglan para pagar con métodos lentísimos.

O hacen un cheque (cuyo proceso es desgastador). O se las dan de innovadores y tratan de pagar con tarjeta (tecnología que por esencia está reñida con la tercera edad). O lisa y llanamente sacan fajos de billetes y cúmulos de monedas cuya contabilidad en plena caja, con todos los demás parroquianos esperando, se hace sencillamente eterna.

Son todos amables y divertidos. Mis “viejos choros”, como les llamo yo. ¡Pero son muchos! Eso es lo perturbador.

Un saludo para todos los abuelitos del mundo.