Desde Buenos Aires...

(...exactamente, en el computador 8 de un ciber en la Av. de mayo, a cuadra y media de la 9 de julio)

He demorado sobremanera la actualización de este sucucho. Pero que lance la primera piedra el bloguero que esté libre del pecado… ¿Ven?... si ese Jesús era muy bueno con las frases. Al perversillo se le ocurría cada cosa para dejar sin palabras a su interlocutor…

En fin. La cosa es que he demorado porque no he dispuesto ni del tiempo, ni del pc, como para abocarme al escrito de estas trepidantes columnas, ya que me encuentro en Baires (Buenos Aires, para los poco cool). Por vacaciones.

Y lo he pasado del one, como dirían mis compatriotas, aunque una cosa llamó particularmente mi atención y quería compartirla por aquí.

Se trata de los moteles, que acá, al parecer, no se llaman moteles.

Iba yo con mi novia caminando plácidamente por La Recoleta, cuando de pronto -y en la misma cuadra en que había por lo menos 4 clubes nocturnos- dimos con una puerta en cuyo vidrio colgaba un cartelito que decía “Albergue Transitorio”. Más allá otra puerta igual… y otra. Todas con una ornamentación extrañamente kitsch y vidrios ahumados. Bastó que viéramos el cuarto cartelito para que nos cayera la teja. “Aaaaaaaah”, dijimos a coro, “son moteles”.

Ahí me pregunté yo, ¿cómo hace el hombre argentino para llevar una dama al motel? Porque en Chile suena más fácil. “¿Vamos a un motel?” y listo. Pero acá igual suena menos glamoroso: “¿vamos a un albergue transitorio?”.

De hecho, lo de transitorio es muy honesto, pero resulta feo que a uno (o a una) se lo enrostren en la cara. Es como que en Chile le dijéramos a la niña: “¿vamos al Hotel Pa’ Pegarse una Cachita y si te he Visto no me Acuerdo?”.

Y aparte… ¿qué es eso de albergue? ¿No hay algo menos erotizante que invitar a alguien a un albergue? Si una chica me hiciera esa invitación, daría por hecho que me quiere llevar al Ejército de Salvación. Y el Ejército de Salvación merece todo mi respeto, pero pegarse un polvillo en sus instalaciones no debe ser precisamente el ícono de las fantasías sexuales.

Pero bué… Ya estaré nuevamente en mi país, para disfrutar de sus “albergues transitorios” y para actualizar como corresponde este humilde sitio. Se me cuidan.


PD: Ah. No me podía retirar sin comentaros que invité a mi novia (la misma del acápite anterior) al primer partido de River por el campeonato local. Una experiencia que en mi humilde opinión valía la pena descubrir.

Y entenderá el lector que considerando que el fútbol le apasiona tanto como a Bush conseguir el fin del hambre en Sudáfrica, ella claramente no quería ir. Mas, conseguí su venia porque, por una parte la invité (pagué la entrada) y por otra le aseguré que se trataría de un espectáculo familiar.

Que afortunado me sentí al enterarme -luego de regresar del estadio- que dos hinchas de River habían terminado apuñalados por otros loquillos jóvenes de la misma barra precisamente en la escalera por la que subimos a la tribuna. Pero un rato antes de que llegásemos al estadio.

Es decir. El acto criminal me importó un pepino (ya verán los “hinchas” argentinos como solucionan sus diferencias). Pero claramente el tema de las puñaladas no resultaba muy alentador como para vender el partido como un “espectáculo familiar”. Así que era positivo para mí que el hecho hubiese acontecido minutos antes de que utilizáramos la famosa escalera.

En otras palabras, me salvé de quedar como mentiroso… O de un par de puñaladas por ser el idiota que justo pasaba por el lugar. En cualquier caso, digamos que tuve suerte.

(Y para los nostálgicos, vaya una despedida a lo Umaña: “Buenos Aires, República Argentina… Vacaciones dos mil ochooooooo)